Por Santiago López, Director Ejecutivo para América Latina y el Caribe del Consejo Internacional de Asociaciones de Bebidas (ICBA por sus siglas en inglés).
De acuerdo con el más reciente informe sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2021, realizado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, cerca de 811 millones de personas, padecieron hambre en el 2020, un aumento de 118 millones de personas más que en 2019. Una de cada tres personas en el mundo -2.370 millones de personas- no tuvieron acceso a una alimentación adecuada en 2020, registrándose el alarmante aumento de casi 320 millones de personas en solo un año.
Además, se estima que 149.2 millones de niños menores de cinco años – el 22%- sufrió retraso del crecimiento con las implicaciones humanas y sociales que esto conlleva. Para el caso de nuestra región de América Latina y el Caribe, 60 millones de personas viven o sufren la condición del hambre con un aumentó en alrededor de 14 millones con respecto al 2019.
Pero debemos ser francos, desde mucho antes de la pandemia, no se estaba en el camino terminar el hambre y la malnutrición, ni en el cumplimiento de la meta temporal establecida a nivel mundial de erradicación para el 2030. Hoy la magnitud de nuestra realidad es tan grave que de acuerdo al mismo sistema de Naciones Unidas hemos retrocedido 25 años en la lucha contra el hambre, uno de los más inclementes y permanentes padecimientos de la humanidad.
En este doloroso contexto, es imperativo que se tomen medidas acertadas para acelerar el progreso, y combatir los generadores de la inseguridad alimentaria y las restricciones económicas que afectan a millones de personas y es allí donde la industria juega un rol fundamental -probado a lo largo de la historia- ligado, entre otras, a su capacidad de abastecer y poner a disposición alimentos y bebidas de preferencia, a la variedad en su portafolio, a su constante innovación, a su relevancia en la inocuidad y seguridad alimentaria y a su rol como parte fundamental del sistema agroalimentario el cual desde el campo hasta la mesa es el mayor empleador en toda la estructura económica mundial.
Estamos hablando de vidas humanas, de sueños por eso las acciones del sector privado, la sociedad civil y principalmente las políticas públicas deben ser muy bien pensadas. Es hora de realizar regulación inteligente soportada en ciencia, con análisis de su costo y su efectividad, con una visión holística, que integre a todos los actores de la sociedad, que elimine cargas innecesarias a los consumidores, autoridades y empresas y a toda costa debemos evitar los experimentos regulatorios, la sobrerregulación y la demonización de los sectores productivos y la labor industrial-
La invitación es a que le apostemos a que los problemas complejos tengan el aporte de todos los actores de la sociedad para su solución, por eso hoy más que nunca el sector privado, el sector productivo está abierto para la construcción y la implementación de acciones que le hagan frente a los retos nutricionales, sociales, económicos que afrontamos, a trabajar sobre propósitos comunes como erradicar el hambre, combatir la malnutrición y fomentar el desarrollo económico.