Por: Jorge León Quiroga Canaviri ([1]) expositor del Foro Retorno Verde y Sostenible organizado por Fundare, Santa Cruz Innova y CAINCO.
En varios artículos y entrevistas, hemos brindado conceptos y ejemplos sobre Bioeconomía y probablemente omitimos mencionar algo transcendental que la identifica como “un cambio de paradigma”, mucho más acentuado luego de la pandemia mundial del COVID-19, que estamos viviendo.
Para la investigación científica y el desarrollo de las ciencias, “un cambio de paradigma” equivale a una “revolución”[2] y en consecuencia pueden generarse posiciones encontradas que no estén de acuerdo con este proceso, sin embargo, se evidencia que éste fenómeno productivo es irreversible y disruptivo, como fuera definido por los especialistas.
Quienes estén a favor de la Bioeconomía comprenderán sus bondades y modos productivos que permiten un mejor aprovechamiento de los recursos naturales, biodiversidad y biomasa derivada de los desechos agrícolas (reciclaje), aspectos que serán muy útiles para enfrentar o salir de la aguda recesión derivada del aislamiento social, cuarentena rígida y otras políticas que obligadamente adoptaron muchos los países, con graves secuelas o efectos secundarios de haber frenado en seco sus economías.
En esta crisis global, pareciera que Latinoamérica sufrirá los efectos recesivos con mayor profundidad llegando sus economías a tocar fondo[3], temiendo que el tiempo para su recuperación sea más largo. En cambio, los países europeos donde emergió la Bioeconomía desde 1975, por su largo recorrido e inversiones realizadas, serán más resilientes a la crisis y podrán superarla en menor tiempo como parece suceder con la propia pandemia. Por ello es necesario adoptar este nuevo paradigma que si bien involucra más inversión física, en tecnología y en capital humano (investigación + desarrollo + innovación), Latinoamérica tiene a su favor la mayor biodiversidad mundial y abundancia de recursos naturales, para forjarla.
Por ello, esta revolución productiva precisa que los distintos actores se pongan de acuerdo en un espacio de gobernanza bioeconómica que posibilite su desarrollo empleando modelos triple hélice (que incorporen actores gubernamentales, académicos-investigadores y productivos) y más recientemente modelos quíntuple hélice (que añaden a los anteriores la sociedad consumidora y organismos internacionales o gestores de inversión).
Entre los nuevos actores, la sociedad consumidora jugará un rol fundamental por el cambio de patrones de consumo y exigencias del mercado que obligadamente impuso la pandemia, mismos que casi coincidentemente con el surgimiento de la Bioeconomía aparecieron desde principios de la década de los 80´s, propiciando el consumo de productos y alimentos más saludables y que además estén en armonía con el medio ambiente (proclives a enfrentar el cambio climático y otros fenómenos que también agreden a la humanidad).
Esto último obliga a las economías latinoamericanas a redoblar sus esfuerzos de resiliencia para salir rápidamente de la crisis y que además provean productos bioeconómicos que puedan llegar a todos los mercados sin ninguna restricción.
Este cambio de paradigma implica un cambio radical en los supuestos básicos o leyes económicas que las corrientes clásicas estudiaron describiendo el proceso productivo, dentro de la teoría científica dominante de aquellas épocas. Dicho de otra manera, la agricultura dejó el paradigma de la combinación óptima de los factores Tierra, Capital y Trabajo, tomando como factor secundario a la tecnología, pasando a otra realidad donde la tecnología se erige como factor principal y condición habilitadora para acompañar a la ciencia, investigación e innovación que permiten potenciar la productividad y rendimiento de los factores básicos citados, añadiendo el concepto BIO[4], como nuevo paradigma económico. Este cambio permite unir lo que se denominó sector primario (agricultura) con el secundario (industria) y hablar de uno solo o como concepto ampliado que sintetiza la agroindustria del futuro.
Si pensamos en los orígenes de la agricultura y el nacimiento de las ciudades (centros urbanos), los primeros habitantes (sedentarios) de manera implícita iniciaban sus procesos bajo criterios de bioeconomía buscando la industrialización de su producción agrícola de manera sustentable, para generar trabajo y generar riqueza en sus territorios. El “territorio inteligente” es un nuevo concepto emergente que tiene relación con la sostenibilidad y el aprovechamiento de los recursos naturales. De qué manera la ciencia técnica puede optimizar el uso de estos recursos en los territorios para generar industria, riqueza y sobre todo empleo.
La nueva agricultura que se desarrolla con la bioeconomía, se vincula al criterio que las “plantas”, gracias a los avances y adelantos de la ciencia pueden ser diseñadas cada vez más como quien diseña una fábrica. Las plantas en sí mismas se convierten en las fábricas de una nueva especie de revolución industrial verde[5], considerando que esa revolución industrial no ocurrirá en las ciudades sino en territorios sobre todo rurales. Es suma, esta nueva ECONOMÍA BIO, ayudará a desarrollar trabajo, innovación, productividad, rendimientos y otros fenómenos, en el campo. También la Bioeconomía es complementaria a otro fenómeno social que exige la reversión de las migraciones, visionando que “donde se genera la riqueza es el campo”.
Es necesario también aclarar que Bioeconomía no es biotecnología. Es un concepto más amplio que tiene una postura diferente al de grandes empresas dedicadas a la biotecnología, que en la producción agrícola, desarrollaron los transgénicos. En la actualidad el cambio tecnológico va mucho más lejos, donde se está abandonando la transgenie convencional (básicamente resistencia a herbicidas y lepidópteros) y se está orientando a la generación de mayor valor agregado a los productos con una concepción BIO y la generación de nuevos cultivos de importancia regional.
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Publicado por CAINCO en Martes, 18 de agosto de 2020
Gracias a la pandemia se llegó a un momento de debate, que incluye: ¿cuál será el rol y tamaño del Estado?, ¿cuál será el tamaño de la carga impositiva?, ¿cómo será la productividad de la gente?, ¿cómo y quienes serán los empresarios que invertirán en investigación, desarrollo e innovación? Tal y como se puede apreciar, desde el punto de vista económico-productivo y social, se abren muchas oportunidades para que el campo que estaba olvidado o habitado por un sector social, sea mucho más amplio y lo empiecen a cohabitar otros sectores. Obviamente que esto no se da de forma automática y se deben generar competencias, educación y transformación de las personas para que puedan habitarlo. No se trata de un sistema donde cualquiera podrá tener acceso. Tendrán acceso los que tengan las capacidades suficientes y alfabetización digital, que es donde tiene que apuntar nuestro sistema educativo.
Se hacen estas precisiones para evitar que jóvenes “antisistema” confundan esta revolución y pretendan utilizarla en sus afanes conspirativos, muy de moda en la pandemia.
[1] Jorge L. Quiroga C. es Economista de profesión, con maestrías en Economía Agrícola, Macroeconomía Aplicada, Seguridad Defensa y Desarrollo, especializado en Proyectos, Políticas Públicas y Bioeconomía.
[2] Un cambio de paradigma (o ciencia revolucionaria) es, según Thomas Kuhn en su influyente libro La estructura de las revoluciones científicas (1962), un cambio en los supuestos básicos, o paradigmas, dentro de la teoría dominante de la ciencia. Contrasta con su idea de ciencia normal.
[3] https://www.altonivel.com.mx/economia/latinoamerica-ya-toco-fondo-estas-son-las-perspectivas-de-sus-economias/
[4] Lo BIO implica nuevos bioproductos, bioinsumos, biofármacos, biocombustibles, en diversas áreas productivas.
[5] Investigaciones desarrolladas en Australia, Inglaterra y USA en plantas de tabaco, buscando la vacuna contra el COVID-19.