La innovación se ha convertido en parte primordial de las estrategias económicas de los Estados para agregar valor a su producción a través de la producción y absorción de tecnología. ¿Cómo se miden los resultados de estos esfuerzos?
Peter Drucker, célebre autor austriaco, una vez dijo “Lo que no se mide, no se puede mejorar”. Esta frase en su contexto impulsaba a las empresas a medir el resultado de sus estrategias corporativas. Hoy más que nunca en este mundo globalizado es una realidad que la tecnología y la innovación nos permiten medir de manera más precisa el resultado de todas nuestras estrategias y actividades. Esta misma idea se aplica a las estrategias aplicadas a incentivar los ecosistemas nacionales de innovación.
En el desarrollo de estrategias y políticas en pro de la innovación, los Estados recurren a estudios y a ejemplos de otros países. En el año 2007, surge un mecanismo de medición y comparación en temas de innovación para los Estados: el Índice Mundial de Innovación, publicado por la Universidad de Cornell de EE.UU. junto a la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) y en colaboración también con la escuela de negocios francesa INSEAD. El Índice Global de Innovación crea una métrica a través de la cual se puede medir la innovación alrededor del planeta, ayudando a identificar cómo la innovación puede ayudar a la sociedad en los desafíos que enfrenta.
El Índice contiene parámetros detallados acerca de los resultados de innovación de 126 países de todo el mundo. Por medio de sus 80 indicadores se explora la innovación desde una perspectiva amplia, que incluye el entorno político, la educación, la infraestructura y el desarrollo empresarial.
Reporte 2018
En términos del ecosistema global de innovación, el Índice Global de Innovación 2018 demuestra que existe una fuerte correlación entre el ingreso per cápita y los resultados de innovación del país. Sin embargo, se presentan algunos países que tienen rendimientos por encima a lo esperado a su nivel de ingresos como México, Kenia, Ucrania, Indonesia, Tailandia y Vietnam.
En esta versión del Índice Global de Innovación el ranking lo lidera Suiza, país que se ha ubicado en la primera posición desde el año 2011. Este país europeo se caracteriza por tener un marco institucional que promueve la innovación, fuertes inversiones en su sistema educativo y fomento a sectores fuera de los marcos tradicionales de Ciencia y Tecnología, por ejemplo en sectores de la economía naranja (televisión, media y arte).
Si comparamos a Suiza con Estados Unidos (posición 6 del ranking), por ejemplo, lo primero que salta a la vista es la diferencia de tamaño de ambas economías y de la población. De hecho, al observar los resultados de Estados Unidos y China en términos absolutos el número de publicaciones de sus científicos, por ejemplo, es superior a la de Suiza y la de otros países con mejores posiciones en el ranking. Para corregir este aspecto, el Índice Global de Innovación toma en cuenta los resultados normalizando por el número de habitantes de cada país y el tamaño de la economía.
En esta versión del Índice, China sorprende al subir 5 posiciones en el ranking, de la posición 22 en el 2017 a la posición 17 en el 2018, si bien este cambio en dos gestiones es de por sí significativo, es importante resaltar que en el caso de China responde a una tendencia que desde hace algunos años demuestra la evolución positiva de su ecosistema de innovación y de políticas públicas y marco institucional que están impactando positivamente en su desempeño, convirtiéndose en el único país de la categoría ingresos medios en los primeros 20 peldaños del ranking.
A nivel Latinoamericano el ranking lo lideran Chile, Costa Rica y México, mientras que Bolivia se encuentra en el último peldaño en la región (de los países que ingresaron al ranking 2018)
La situación de Bolivia
Según el Índice Global de Innovación, Bolivia en el 2017 se encontraba en el peldaño número 106 de 127 países, por delante estaban: Chile, Costa Rica, México, Panamá y Colombia, y por detrás se encontraban Mozambique, Algeria y Nepal. En la gestión 2018, Bolivia ocupa la posición 117, quedando por detrás de todas las economías de la región y dejando por detrás a Nigeria, Guinea, Zambia, Benin, Niger, Costa de Marfil, Burkina Faso, Togo y Yemen.
La situación de Bolivia en el ranking es un reflejo de como está en la actualidad el ecosistema de Innovación y un buen ejemplo de esta situación se puede observar en la composición de las exportaciones. Como podemos observar en el cuadro siguiente, el atlas de complejidad económica de la Universidad de Harvard identifica la concentración de las exportaciones bolivianas en gas, soya y minerales. Y esta realidad se observa también a nivel de las exportaciones departamentales. En Santa Cruz, por ejemplo, de 1.898 millones de dólares estadounidenses exportados en el 2017, el 86% corresponden a 9 productos entre gas y derivados de la soya, y otras ciudades (por ejemplo, La Paz) no son muy diferentes en este sentido.
¿Por qué se dan estos resultados?
Si bien pueden existir muchas trabas macroeconómicas e institucionales que puedan obstaculizar la innovación nos vamos a referir aquí al contexto en el que se desarrolla y fomenta la innovación desde el sector privado.
Una de las principales razones, según el BID, que tiene el sector empresarial para innovar en Bolivia es el aprovechamiento de las ideas generadas al interior de la empresa, por lo que consideramos que un primer factor, que es determinante en los resultados en innovación, es la generación de una cultura de innovación en el ecosistema de innovación nacional y regional.
En este marco CAINCO ha desarrollado la primera agencia de innovación privada de Bolivia denominada Santa Cruz Innova, con el objetivo de fomentar desde el sector privado el desarrollo de un ecosistema innovador en la región a través de diferentes actividades y servicios que brinden herramientas a las empresas, que permitan el fomento de la creación de la cultura de innovación al interior.
Por otro lado, se observa un segundo factor u obstáculo determinante, que es la desconexión entre los ofertantes de Ciencia Tecnología e Innovación, concentrados sobre todo en la academia, y los demandantes en el sector empresarial, como se puede observar en el cuadro a continuación: